Esta edición de la Cabrerès ha sido un poco diferente de las dos anteriores en que participé, pues mi retoña me ha acompañado y hemos compartido unos días inolvidables con la bicicleta como protagonista, aunque pensándolo bien, la bicicleta no ha sido más que una excusa para estar juntos y disfrutar.
Sábado 20
El sábado por la tarde, mi retoña participó por primera vez en la Mini-Cabrerès y la cosa no pudo ir mejor.
Tras comer más pronto que de costumbre, cogimos todos los bártulos y nos dirigimos hacia L'Esquirol, donde llegamos sobre las 15:30.
El ambiente estaba tranquilo y pudimos aparcar casi en la puerta del recinto ferial.
Recogimos el dorsal, se lo pusimos a la bici y nos dirigimos al circuito al que los más pequeños se hartarían de dar vueltas. Empizaba la sesión de entrenamientos previos.
La retoña no muy acostumbrada lo abrupto del terreno que formaba el circuito, al principio sólo sabía decir "Uy, uy, uy,..." mientras yo iba corriendo a su lado cogiéndola por el sillín o por el hombro y diciéndole por donde era la trazada buena, por donde no había que pasar por el elevado riesgo de talegazo, donde frenar. Vamos, que ni Fernando Alonso...
Poco a poco y con esa facilidad que sólo los niños tienen, le fue cogiendo el tranquillo y subía las cuestas sin ayuda, frenaba donde tenía que frenar, apretaba donde tenía que apretar y tomaba las curvas con una soltura pasmosa.
Había pocos niños entrenando así que la circulación era fluida, pero en una curva un niño se cayó en la parte de dentro y al abrir la trazada para esquivarlo se fue a la "zona de alto riesgo de talegazo", donde las previsiones se cumplieron y dió con los huesos en el suelo todo lo larga que es. Por suerte el terreno en esa zona era totalmente polvoriento y me recordaba al que hay en los caminos de Almería, sin un granito de arena, todo polvo. Así, sólo su orgullo quedó lastimado y al ayudarle a levantarse parecía un boquerón al que le espera la sartén.
Las gafas de sol que llevaba le protegieron los ojos del polvo, pero la cara se quedó bastante churretosa con las cuatro lágrimas que echó.
Todavía no habían dado la salida y ya teníamos un incidente en la pista. Los entrenamientos siguieron tras el percance y sin más problemas llegó la hora de la salida que se daba en el recinto ferial.
Desde allí volvimos al circuito y los miembros de la organización se colocaron estratégicamente para ayudar a los pequeños en las zonas más difíciles. Había una gran cantidad de niños y niñas bien pertrechados con sus cascos (obligatorio naturalmente), guantes e incluso rodilleras y coderas para los más freeriders. Con esta gran cantidad de bicicletas, la hora punta llegó al circuito y se hacía difícil la conducción.
La retoña me dejó asombrado pues esquivaba al resto de bicicletas con una facilidad pasmosa escogiendo la trazada más adecuada en cada momento. Incluso cuando desaparecieron los embotellamientos pudo hacer algunas vueltas sin ayuda.
En todo momento, tanto en los entrenamientos como en la carrera, fui corriendo a su lado, aunque no pude evitar el talegazo y eso es evidente que le dió bastante tranquilidad.
Tras tropecientas vueltas al circuito la convencí para dar por terminada la prueba y dirigirnos al recinto ferial para recoger el recuerdo que les regalaban y donde tenían preparada una merienda.
El recuerdo consistía en una camiseta estampada con el logotipo de la prueba como acreditación de su participación.
Sobra decir que, entre lo pronto que habíamos comido y el montón de vueltas que había dado al circuito, se zampó el dónut y el zumo que le sirvieron como merienda en un periquete.
Al llegar al coche se cambió la sucia camiseta por la nueva y a los 10 minutos de haber iniciado el regreso ya estaba durmiendo como un angelito.
Al llegar a casa le pregunté si el año que viene volveríamos o si le había parecido un rollo y contestó que el año que viene también quería ir, así que nos iremos preparando...
Domingo 21
A las 5:10 sonó el despertador y tras remolonear lo justome levanté, me vestí de torero, desayuné un poco, aunque a esas horas..., cogí los bártulos y salí hacia la Cabrerès.
Aunque era negra noche, al llegar a la autopista AP-7, ya había muchos coches con bicicletas de montaña en las bacas y en los portones traseros, signo de que la manada se había puesto en marcha sin importar la hora.
El viaje fue tranquilo y con menos tráfico que otros años. Sin duda los 15 minutos de adelanto se estaban notando.
A las 7:05 ya estaba con el coche aparcado y pedalendo sobre la bici buscando la salida. Le pregunto a un miembro de la organización y me envía hacia el recinto ferial y allí encuentro las primeras flechas que marcaban el recorrido.
Curiosamente pasé al lado del circuito que el día anterior había servido de debut a mi retoña y me vinieron a la mente todos los momentos vividos la víspera.
Conforme iba avanzando en el recorrido me di cuenta de que volvía a pasar cerca de donde tenía el coche aparcado. Las indicaciones de la organización me habían regalado 10 minutos de vuelta al pueblo para volver al mismo punto. ¡Empezamos bien!.
El sábado por la tarde, mi retoña participó por primera vez en la Mini-Cabrerès y la cosa no pudo ir mejor.
Tras comer más pronto que de costumbre, cogimos todos los bártulos y nos dirigimos hacia L'Esquirol, donde llegamos sobre las 15:30.
El ambiente estaba tranquilo y pudimos aparcar casi en la puerta del recinto ferial.
Recogimos el dorsal, se lo pusimos a la bici y nos dirigimos al circuito al que los más pequeños se hartarían de dar vueltas. Empizaba la sesión de entrenamientos previos.
La retoña no muy acostumbrada lo abrupto del terreno que formaba el circuito, al principio sólo sabía decir "Uy, uy, uy,..." mientras yo iba corriendo a su lado cogiéndola por el sillín o por el hombro y diciéndole por donde era la trazada buena, por donde no había que pasar por el elevado riesgo de talegazo, donde frenar. Vamos, que ni Fernando Alonso...
Poco a poco y con esa facilidad que sólo los niños tienen, le fue cogiendo el tranquillo y subía las cuestas sin ayuda, frenaba donde tenía que frenar, apretaba donde tenía que apretar y tomaba las curvas con una soltura pasmosa.
Había pocos niños entrenando así que la circulación era fluida, pero en una curva un niño se cayó en la parte de dentro y al abrir la trazada para esquivarlo se fue a la "zona de alto riesgo de talegazo", donde las previsiones se cumplieron y dió con los huesos en el suelo todo lo larga que es. Por suerte el terreno en esa zona era totalmente polvoriento y me recordaba al que hay en los caminos de Almería, sin un granito de arena, todo polvo. Así, sólo su orgullo quedó lastimado y al ayudarle a levantarse parecía un boquerón al que le espera la sartén.
Las gafas de sol que llevaba le protegieron los ojos del polvo, pero la cara se quedó bastante churretosa con las cuatro lágrimas que echó.
Todavía no habían dado la salida y ya teníamos un incidente en la pista. Los entrenamientos siguieron tras el percance y sin más problemas llegó la hora de la salida que se daba en el recinto ferial.
Desde allí volvimos al circuito y los miembros de la organización se colocaron estratégicamente para ayudar a los pequeños en las zonas más difíciles. Había una gran cantidad de niños y niñas bien pertrechados con sus cascos (obligatorio naturalmente), guantes e incluso rodilleras y coderas para los más freeriders. Con esta gran cantidad de bicicletas, la hora punta llegó al circuito y se hacía difícil la conducción.
La retoña me dejó asombrado pues esquivaba al resto de bicicletas con una facilidad pasmosa escogiendo la trazada más adecuada en cada momento. Incluso cuando desaparecieron los embotellamientos pudo hacer algunas vueltas sin ayuda.
En todo momento, tanto en los entrenamientos como en la carrera, fui corriendo a su lado, aunque no pude evitar el talegazo y eso es evidente que le dió bastante tranquilidad.
Tras tropecientas vueltas al circuito la convencí para dar por terminada la prueba y dirigirnos al recinto ferial para recoger el recuerdo que les regalaban y donde tenían preparada una merienda.
El recuerdo consistía en una camiseta estampada con el logotipo de la prueba como acreditación de su participación.
Sobra decir que, entre lo pronto que habíamos comido y el montón de vueltas que había dado al circuito, se zampó el dónut y el zumo que le sirvieron como merienda en un periquete.
Al llegar al coche se cambió la sucia camiseta por la nueva y a los 10 minutos de haber iniciado el regreso ya estaba durmiendo como un angelito.
Al llegar a casa le pregunté si el año que viene volveríamos o si le había parecido un rollo y contestó que el año que viene también quería ir, así que nos iremos preparando...
Domingo 21
A las 5:10 sonó el despertador y tras remolonear lo justome levanté, me vestí de torero, desayuné un poco, aunque a esas horas..., cogí los bártulos y salí hacia la Cabrerès.
Aunque era negra noche, al llegar a la autopista AP-7, ya había muchos coches con bicicletas de montaña en las bacas y en los portones traseros, signo de que la manada se había puesto en marcha sin importar la hora.
El viaje fue tranquilo y con menos tráfico que otros años. Sin duda los 15 minutos de adelanto se estaban notando.
A las 7:05 ya estaba con el coche aparcado y pedalendo sobre la bici buscando la salida. Le pregunto a un miembro de la organización y me envía hacia el recinto ferial y allí encuentro las primeras flechas que marcaban el recorrido.
Curiosamente pasé al lado del circuito que el día anterior había servido de debut a mi retoña y me vinieron a la mente todos los momentos vividos la víspera.
Conforme iba avanzando en el recorrido me di cuenta de que volvía a pasar cerca de donde tenía el coche aparcado. Las indicaciones de la organización me habían regalado 10 minutos de vuelta al pueblo para volver al mismo punto. ¡Empezamos bien!.
Ya en la ruta correcta el ambiente no puede ser más agradable, con muchos grupos de ciclistas que inician la pedalada.
La mañana no está muy fresca y voy sólo con mallot y manguitos. El suelo está muy seco y enseguida se forma una polvareda considerable.
El principio del recorrido es cuesta arriba y voy saltando de grupo en grupo.
Primer avituallamiento: me paro y me zampo una naranja que está buenísima. Sigo palante sin entretenerme, pues voy de los primeros y no quiero que me pille el grueso de la manada y toparme con los típicos tapones made in Cabrerès.
Tras una pequeña bajada, nuevamente una laaaarga subida. Está bien empezar la marcha con subida para estirar el grupo pero ya empiezo a estar harto de tanta subida.
Por fin se acaba y empiezo a rodar un poco más rápido hasta llegar a la zona donde hay un atajo. Dudo un poco pero al final decido cogerlo y así llegar pronto a casa pues no está el horno para bollos domésticamente hablando y prefiero no tardar mucho en llegar.
Enseguida el trazado más corto se convierte en una trialera y después en un sendero muy divertido.
Al volver a juntarse los dos recorridos hay un nuevo avituallamiento y alí oigo a un grupo quejarse de que el recorrido largo era todo por pista ancha. Por una vez he acertado.
Me vuelvo a zampar otra naranja y continúo pues tengo miedo de que me pille la marabunta de la Cabrerès.
Tras una bajada con curvas muy cerradas donde un torpedo de la pradera por poco se empiña por adelantarme, llegamos a Rupit donde nos ofrecen el desayuno consistente en un bocadillo de butifarra con bebida (zumo, agua o vino). Elijo un zumo de piña y me zampo el bocata que está bastante bueno aunque la butifarra un poco cruda para mi gusto.
Me cuesta salir de la zona de desayuno pues no encuentro ninguna señal y no hay ningún ciclista al que seguir. Tras 30 segundos de indecisión decido preguntar a un miembro de la organización, aunque después de la experiencia de la salida, dudo un poco, pero justo al acercarme a donde estaban veo el cartel más grande del mundo que indicaba la continuación del recorrido.
Al alejarme lo justo de la zona concurrida, me paro para comprobar que estoy bien hidratado observando la cantidad y el color del chorrito que dejo ir en medio de la montaña.
A partir de aquí hay una zona bastante complicada y técnica con unas subidas bastante delicadas que hago sobre la bici excepto la última, que decido no forzar y patear un poco.
Se continúa en dirección a Tavertet pero para llegar allí hay que subir a una montaña bastante imponente desde donde hay una vista magnífica de unos precipicios memorables. La subida es en parte por pista asfaltada y el último repechón requiere de casi todos los piñones junto con el plato pequeño. Voy junto a un grupo y maldecimos en arameo al terminar la cuesta, suerte que hay otro avituallamiento allí mismo. Me vuelvo a zampar otra naranja que está buenísima y las simpáticas señoritas de la organización no cuentan la película de que a partir de allí todo es bajada. Como uno ya tiene algunos tiros pegados, las miro con cara seria arqueando una ceja y enseguida confiesan que bueno, que queda un poco de subida todavía.
Lo cierto es que la subida que falta es mucho más llevadera y enseguida empieza la bajada hasta Tavertet que hago como una bala.
A partir de allí ya me acuerdaba del recorrido pues era el mismo del año anterior, así que ya sabía lo que me quedaba.
Aunque se suponía que habría tres avituallamientos, al llegar arriba me encuentro otro más donde me zampo......, efectivamente, me zampo otra naranja y un vaso de zumo y otros dos vasos de agua fresquita.
Aquí está el desvío para coger el segundo atajo y ahora sin dudarlo, lo cojo y me vuelvo a encontrar con zonas de senderos, trialeras, unos bosques preciosos hasta que llego a Cantonigrós. Atravieso el pueblo y voy hasta la "trialera de la muelte".
La llamo así porque es una bajada que va desde Cantonigrós hasta L'Esquirol y está formada casi en su totalidad por escalones de piedra. Allí las bicicletas sufren un severo castigo y las muñecas de los bikers también. Los dos años anteriores vi a ciclistas con lesiones serias tras caer en esos escalones, así que es una zona para ir con mil ojos.
Supongo que este año la Trek Fuel EX me ha ayudado bastante y no me ha parecido tan heavy como años anteriores donde la pobre Giant con una horquilla de juguete me hacía llegar abajo con auténtico dolor en las muñecas y antebrazos.
Desde el final de la "trialera de la muelte" ya sólo me faltaba un pequeño recorrido por el pueblo y llegar a la zona ferial donde recogí el mallot conmemorativo, me zampé un dónut, me tomé dos Coca-Colas y para el coche, bici adentro y para casa, donde llegué a las 12:30.
La cónyuja no se lo podía creer, se pensaba que me había pasado algo pues había llegado demasiado pronto a casa. La verdad es que tardé 3:40 para hacer 54 kilómetros, que para un Piltrafilla como yo no está nada mal.
Lo peor del fin de semana fue que acabé un poco harto de coche, pues repetí los 90 kilómetros de ida y los 90 de vuelta el sábado y el domingo, así que el año que viene toma fuerza la posibilidad de ir a pasar el fin de semana a algún pueblo de la zona y ahorrarme 180 kilómetros de conducción.
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