Esta edición de la Cabrerès ha sido un poco diferente de las dos anteriores en que participé, pues mi retoña me ha acompañado y hemos compartido unos días inolvidables con la bicicleta como protagonista, aunque pensándolo bien, la bicicleta no ha sido más que una excusa para estar juntos y disfrutar.
El sábado por la tarde, mi retoña participó por primera vez en la Mini-Cabrerès y la cosa no pudo ir mejor.
Tras comer más pronto que de costumbre, cogimos todos los bártulos y nos dirigimos hacia L'Esquirol, donde llegamos sobre las 15:30.
El ambiente estaba tranquilo y pudimos aparcar casi en la puerta del recinto ferial.
Recogimos el dorsal, se lo pusimos a la bici y nos dirigimos al circuito al que los más pequeños se hartarían de dar vueltas. Empizaba la sesión de entrenamientos previos.
La retoña no muy acostumbrada lo abrupto del terreno que formaba el circuito, al principio sólo sabía decir "Uy, uy, uy,..." mientras yo iba corriendo a su lado cogiéndola por el sillín o por el hombro y diciéndole por donde era la trazada buena, por donde no había que pasar por el elevado riesgo de talegazo, donde frenar. Vamos, que ni Fernando Alonso...
Poco a poco y con esa facilidad que sólo los niños tienen, le fue cogiendo el tranquillo y subía las cuestas sin ayuda, frenaba donde tenía que frenar, apretaba donde tenía que apretar y tomaba las curvas con una soltura pasmosa.
Había pocos niños entrenando así que la circulación era fluida, pero en una curva un niño se cayó en la parte de dentro y al abrir la trazada para esquivarlo se fue a la "zona de alto riesgo de talegazo", donde las previsiones se cumplieron y dió con los huesos en el suelo todo lo larga que es. Por suerte el terreno en esa zona era totalmente polvoriento y me recordaba al que hay en los caminos de Almería, sin un granito de arena, todo polvo. Así, sólo su orgullo quedó lastimado y al ayudarle a levantarse parecía un boquerón al que le espera la sartén.
Las gafas de sol que llevaba le protegieron los ojos del polvo, pero la cara se quedó bastante churretosa con las cuatro lágrimas que echó.
Todavía no habían dado la salida y ya teníamos un incidente en la pista. Los entrenamientos siguieron tras el percance y sin más problemas llegó la hora de la salida que se daba en el recinto ferial.
Desde allí volvimos al circuito y los miembros de la organización se colocaron estratégicamente para ayudar a los pequeños en las zonas más difíciles. Había una gran cantidad de niños y niñas bien pertrechados con sus cascos (obligatorio naturalmente), guantes e incluso rodilleras y coderas para los más freeriders. Con esta gran cantidad de bicicletas, la hora punta llegó al circuito y se hacía difícil la conducción.
La retoña me dejó asombrado pues esquivaba al resto de bicicletas con una facilidad pasmosa escogiendo la trazada más adecuada en cada momento. Incluso cuando desaparecieron los embotellamientos pudo hacer algunas vueltas sin ayuda.
En todo momento, tanto en los entrenamientos como en la carrera, fui corriendo a su lado, aunque no pude evitar el talegazo y eso es evidente que le dió bastante tranquilidad.
Tras tropecientas vueltas al circuito la convencí para dar por terminada la prueba y dirigirnos al recinto ferial para recoger el recuerdo que les regalaban y donde tenían preparada una merienda.
El recuerdo consistía en una camiseta estampada con el logotipo de la prueba como acreditación de su participación.
Sobra decir que, entre lo pronto que habíamos comido y el montón de vueltas que había dado al circuito, se zampó el dónut y el zumo que le sirvieron como merienda en un periquete.
Al llegar al coche se cambió la sucia camiseta por la nueva y a los 10 minutos de haber iniciado el regreso ya estaba durmiendo como un angelito.
Al llegar a casa le pregunté si el año que viene volveríamos o si le había parecido un rollo y contestó que el año que viene también quería ir, así que nos iremos preparando...
Domingo 21
A las 5:10 sonó el despertador y tras remolonear lo justome levanté, me vestí de torero, desayuné un poco, aunque a esas horas..., cogí los bártulos y salí hacia la Cabrerès.
Aunque era negra noche, al llegar a la autopista AP-7, ya había muchos coches con bicicletas de montaña en las bacas y en los portones traseros, signo de que la manada se había puesto en marcha sin importar la hora.
El viaje fue tranquilo y con menos tráfico que otros años. Sin duda los 15 minutos de adelanto se estaban notando.
A las 7:05 ya estaba con el coche aparcado y pedalendo sobre la bici buscando la salida. Le pregunto a un miembro de la organización y me envía hacia el recinto ferial y allí encuentro las primeras flechas que marcaban el recorrido.
Curiosamente pasé al lado del circuito que el día anterior había servido de debut a mi retoña y me vinieron a la mente todos los momentos vividos la víspera.
Conforme iba avanzando en el recorrido me di cuenta de que volvía a pasar cerca de donde tenía el coche aparcado. Las indicaciones de la organización me habían regalado 10 minutos de vuelta al pueblo para volver al mismo punto. ¡Empezamos bien!.